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Salud mental en tiempos de pandemia: la fragilidad humana que ha develado este nuevo escenario de confinamiento

26 junio 2020

La propagación de COVID-19 ha tenido múltiples efectos, abarcando también los aspectos más íntimos de las personas. Conversamos con la filósofa de la Universidad de Santiago de Chile, Dra. Diana Aurenque, y el director del Instituto Milenio para la Investigación en Depresión y Personalidad (MIDAP), Juan Pablo Jiménez, sobre las reflexiones respecto a nuestra finitud que surgen durante este contexto y los efectos del encierro en el cerebro y la percepción del tiempo.

«Lo que está haciendo esta pandemia es exponer la fragilidad de la existencia humana en un contexto extremadamente globalizado», Diana Aurenque, filósofa de la Universidad de Santiago de Chile y experta en ética médica.

Desde que comenzaron las cuarentenas a nivel mundial, mucho se ha hablado sobre el confinamiento como un tiempo de reflexión profunda, de reconexión con nosotros mismos y el entorno inmediato. Diversos pensadores incluso han planteado que la pandemia podría ser el catalizador de grandes cambios para la humanidad y sus formas de organización.

Para Diana Aurenque, filósofa de la Universidad de Santiago de Chile y experta en ética médica, la pandemia vino a tensionar la forma cotidiana en la que vivimos y nos enfrenta con nuestra propia finitud; localizando asuntos como la enfermedad y la muerte en el centro de nuestras vidas.

“Hoy somos más conscientes de nuestra finitud. Eso significa que sabemos que el tiempo del mundo es más largo que el tiempo de la vida que tenemos cada uno de nosotros, por eso nos sentimos pequeños e insignificantes en un esquema mayor donde apenas tenemos cabida y peso. Esa sensación de finitud es lo que agobia en relación a la muerte”, afirma.

Sin embargo, la filósofa destaca que esta es también una oportunidad para la autobservación. “Pensar en la muerte, en ese dejar de ser, es una reflexión especial que, precisamente, dirigidos a esa nada, nos re-direcciona hacia la propia vida. Es una pared, una ocasión límite con la que chocamos y que nos obliga a volver hacia nosotros y repensar la vida que tenemos, lo que nos importa y lo que nos falta”, afirma.

A juicio de la académica, esta evaluación no solo es personal sino que también es social. “Lo que está haciendo esta pandemia es exponer la fragilidad de la existencia humana en un contexto extremadamente globalizado. Y no se trata solo de una pandemia sanitaria, sino también de una crisis laboral, afectiva, económica y también social. Por eso, tenemos que reflexionar no solamente en relación a asuntos sanitarios o económicos, sino que deberíamos pensar otro tipo de desarrollo realmente sostenible. El Coronavirus reactualiza la idea de que somos un planeta pequeño y muy frágil, lo que pasa en un lado tiene un impacto en otro lugar”, dice.

Los efectos del confinamiento en la salud mental

Pero a pesar de que el encierro puede ser una oportunidad de transformación, sin lugar a dudas para muchas personas ha significado un momento de profunda angustia. El temor a la enfermedad, a la crisis económica, la sobrecarga laboral y doméstica, además del aumento de la violencia intrafamiliar, son algunos de los factores que han puesto en tensión la salud mental de las personas, afectando especialmente a las mujeres.

Juan Pablo Jiménez, psiquiatra y director del Instituto Milenio para la Investigación en Depresión y Personalidad (MIDAP), explica que el encierro impacta a las personas, ya que es asociado desde temprana edad con un castigo. Pero además, altera los ciclos biológicos humanos asociados principalmente con la exposición a la luz natural.

“En el confinamiento estamos en un estado de relativa privación sensorial. Los seres humanos somos una especie diurna, entonces la salida y entrada del sol regula nuestro ciclo. Estamos permanentemente sincronizándonos con el reloj cósmico y el reloj social. Subirse al metro, tomar el auto, estar con los amigos, son estímulos sensoriales que nos van sincronizando. Por eso, en el confinamiento perdemos la noción del tiempo y no nos ubicamos en el calendario”, explica Jiménez.

Para el experto, otro de los factores que también afecta es la carencia de certezas. “Para poder funcionar necesitamos tener las cosas claras, la incertidumbre nos exige estar alertas lo que genera angustia. Yo me siento amenazado y tengo que estar listo para arrancar o enfrentar el peligro. Cuando los sistemas de alerta cerebral están activados por demasiado tiempo eso empieza a producir daño psicológico y cerebral. Lo que sigue a un estado de angustia prolongado es la depresión porque el sistema claudica, se cae”, detalla el psiquiatra.

“Cuando la amenaza permanece en el tiempo, la angustia y el estrés se hace máximo. Eso obviamente afecta más a las personas que están con enfermedades y debilidades psiquiátricas previas», Juan Pablo Jiménez, psiquiatra y director del Instituto Milenio para la Investigación en Depresión y Personalidad (MIDAP).

La dimensión psicosocial

Si bien en el mundo las mujeres se deprimen el doble que los hombres, la última Encuesta Nacional de Salud 2017, desarrollada por el Ministerio de Salud, reveló que en Chile la diferencia se quintuplica, con una tasa de depresión en los hombres del 2,1 y de 10,1%, en el caso de las mujeres.

“Esta brutal diferencia se produce a costa de las mujeres más pobres y menos educadas. Si uno hace un corte en la mediana salarial de las mujeres, se da cuenta que en la mitad de mayores ingresos la depresión se da en la misma proporción que en el resto del mundo. Esto quiere decir que la depresión en las mujeres de bajos ingresos es muy grande”, puntualiza Juan Pablo Jiménez.

Para el especialista, la gran prevalencia de la depresión en mujeres de sectores menos acomodados se debe, entre otro factores, a la doble carga laboral que enfrentan por su trabajo tanto fuera como dentro de la casa. En el contexto de cuarentena, Jiménez explica que la condición de hacinamiento y la crisis económica son elementos que aumentan el sentimiento de angustia, agudizando aún más la deteriorada salud mental de este sector de la población.

“Cuando la amenaza permanece en el tiempo, la angustia y el estrés se hace máximo. Eso obviamente afecta más a las personas que están con enfermedades y debilidades psiquiátricas previas y se hace más difícil de tolerar en situaciones psicosociales más adversas”, dice Jiménez.
En este sentido, la Organización Mundial de la Salud ha llamado a los Estados a aumentar urgentemente la inversión en servicios de salud mental y tomar la pandemia como una oportunidad para reconstruir este sector con una visión de futuro.

“Se deben elaborar y financiar planes nacionales para trasladar la atención de las instituciones a los servicios comunitarios, ampliar la cobertura de los servicios de salud mental incluidos en los seguros de enfermedad y crear la capacidad de recursos humanos necesaria para mejorar la calidad de la asistencia sociosanitaria en esta esfera fuera de los centros de salud”, declaró Dévora Kestel, directora del Departamento de Salud Mental y Abuso de Sustancias de la OMS.

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